Por: Claudia de la Espriella
Cartagena y la pintura son un todo. Esta ciudad es un cuadro viviente. Huele a acuarela, brilla como óleo y su bahía es un homenaje constante a los colores mutantes del Impresionismo. Por eso muchos artistas, colombianos y extranjeros, sueñan sus obras frente a la muralla. De allí que el Museo de Arte Moderno sea parte fundamental de la epidermis histórica de la ciudad. Enclavado entre la iglesia del santo y el pulmón de gobierno local, este sitio conduce a la difusión del quehacer cultural de las ultimas décadas artísticas que son el testimonio creativo del vital Caribe.
Una señora rubia, menuda, vestida con discreta elegancia, sonriente y siempre ecuánime hace su entrada al MAM. Es Yolanda Pupo de Mogollón: El alma del Museo acaba de llegar y saluda a propios y extraños. Desde que el pintor Enrique Grau y un grupo de amantes del arte se propusieron darle vida a este proyecto, ella ha estado al frente de uno de los hitos culturales de la capital de Bolívar. La lucha es muy difícil. Conseguir tener en pie este espacio ha sido un desafío constante ya que son más las veces que le niegan apoyo o se lo dilatan que aquellas en que se abren las manos generosas. Aún así ella sonríe, sigue su camino y no decae. Sabe que cada día trae una nueva batalla por emprender. El museo no se detiene jamás. Todo lo que representa la cultura cartagenera toca las entrañas de este recinto adosado en la muralla: El Festival de Cine, el Hay Festival, las tertulias alrededor de los artistas de la ciudad y el país, la música clásica, las propuestas sobre el destino cultural de nuestro terruño y otras iniciativas, tanto privadas como públicas, se dan cita en este espacio centenario. Sin embargo, dado el exiguo presupuesto con que cuenta es imposible imaginar cómo ella lo logra. Los recursos llegan a cuentagotas y en el MAM todo sucede por obra y gracia de la inconmensurable fe que Yolanda tiene en que su lucha decidida dará fruto.
Desde siempre los gobiernos locales y nacionales han supuesto que el apoyo a la cultura se reduce a ofrecer cócteles y tomarse fotos con los visitantes, más o menos reconocidos, que llegan a la ciudad. Se olvidan que se requiere apuntalar un proceso intelectual, creativo y humano que valore profundamente nuestra identidad para poder mantener vivo un espacio como el Museo de Arte Moderno de Cartagena. Hay que insistir en que proyectos como éste deben ser reforzados económicamente puesto que las expresiones del espíritu no se nutren únicamente de quimeras y utopías. Es imperativo fortalecer el pensamiento inteligente para que la Colombia que estamos refundando camine hacia una sociedad trascendente donde prime la Paz que se nutre del talento humano y apoya eficazmente a la cultura y el Arte.